Amigos a mordiscos

Amigos a mordiscos

Para un educador infantil una de las tareas más ingratas es explicar a los padres o a los abuelos que el niño ha mordido o ha recibido un mordisco de otro compañero. En el primer caso, la familia suele pensar en lo dulce y cariñoso que es su pequeño y empiezan a considerar que el relacionarse con iguales puede significar una mala influencia para él o ella. En el segundo supuesto, los familiares pueden llegar a pensar que la educadora tal vez no ha cumplido correctamente con su trabajo y no ha controlado a los niños. Empiezan a creer que tal vez hubiera sido mejor escolarizar más tarde a su hijo. Las preocupaciones en los dos casos son lógicas, pero no son correctas. La Asociación Mundial de Educadores Infantiles, AMEI, explica por qué.

 

Hasta el momento de su escolarización, el niño tiene un contacto con iguales limitado a unos ratitos en el parque, con primos en reuniones familiares o con los hijos de algunos conocidos. En estas ocasiones esporádicas siempre hay adultos que dirigen los contactos. La verdadera relación social diaria con iguales comienza con su escolarización. Acostumbrado a ser el centro de atención de su entorno, el niño no sabe compartir la atención de la educadora y es lógico que desarrolle comportamientos más agresivos que en el entorno familiar.  Cada niño desea ser el “centro de todo”, pero también desea relacionarse con iguales. Por  eso se suscitan conflictos de comunicación y relación.

 

Durante el primer año y medio aproximadamente, ante cualquier conflicto el pequeño llora para que el adulto lo resuelva. En este período de edad, hay niños que muerden para aliviar las molestias de la dentición y en ocasiones para manifestar afecto porque se encuentran en la fase oral y la boca está relacionada con las muestras de cariño. Desconocen que el hecho de morder tenga consecuencias negativas hasta que los adultos se lo hacen entender. En el caso de los manotazos y empujones, habitualmente los reproducen por imitación, al haber observado este comportamiento en otros niños o en los adultos. En esta edad hay que explicarles que los mordiscos y manotazos hacen daño mostrando gestos de disgusto, y enseñarles el modo de dar besos y abrazos como muestra de afecto.

 

A medida que los niños evolucionan en independencia, intentan resolver los conflictos relacionales solos, sin embargo, su nivel de lenguaje aún es limitado y cuando otros niños les quitan los juguetes suelen reaccionar de manera impulsiva y “violenta”, bien tirando del objeto o “vengándose” con un manotazo, un empujón, un arañazo o un mordisco. La forma descrita es la reacción más habitual en niños de entre 18 meses y 3 años aunque en algunos casos la reacción es de pedir ayuda al adulto o ignorar el problema y dejarse quitar el juguete. Estas formas “agresivas” de relacionarse van desapareciendo al superar la etapa egocéntrica y con la evolución del lenguaje porque el niño puede manifestar verbalmente los sentimientos y emociones.

 

Cómo evitar estas conductas

Hasta el momento se han explicado los motivos que llevan al niño menor de 3 años a empujar, pegar, arañar o morder. Comprendemos por qué lo hace, pero eso no significa que permitamos o fomentemos este tipo de conductas. Los adultos en el ámbito familiar y en el escolar deben hacer comprender al pequeño que su acción provoca dolor a los demás y mostrarle el modo correcto de relacionarse con iguales, enseñándole a resolver los problemas de forma adecuada. Excepto en el caso de que estemos seguros de que la motivación de la conducta está provocada por el deseo de obtener atención, le haremos saber que nos disgusta el que haga daño a otro niño, obligándole a pedir perdón y darle un beso. Si la conducta se repite constantemente, le pediremos que se siente separado de los demás para pensar un rato en lo que ha hecho.

 

No hace falta gritar, se trata de que asocie su conducta negativa con el cese de actividad y de que se aburra por un rato viendo que el resto de niños siguen jugando. Y está desaconsejado totalmente el azote, pegarle en la boca, castigarle en un cuarto cerrado, emitir juicios de valor personal, etc. Si el niño observa agresividad en los adultos, imitará estas conductas. Además, no debemos olvidar que el objetivo es corregir su comportamiento no hacerle pasar un mal rato.   La mejor forma de evitar estas conductas agresivas es prevenir. Los padres afectivos que exteriorizan los sentimientos y emociones propias y ayudan a que sus hijos observen y comprendan los sentimientos de los demás, indicándoles la forma correcta de resolver conflictos, les están ofreciendo la mejor base para una educación en valores y relaciones humanas. Debemos mostrar a los niños cómo relacionarse con iguales jugando y compartiendo, y felicitarles siempre que tengan una conducta positiva con los demás.

 

Autor: Asociación Mundial de Educadores Infantiles

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